lunes, 1 de agosto de 2011

Cultura y Economia en la era Neoliberal

1. Introducción.

La revolución económica de libre mercado cuyos inicios se pueden ubicar desde la década de 1970 en contextos aparentemente tan disimiles como Margaret Thatcher en el Reino Unido, Ronald Reagan en Estados Unidos, Deng Xia Ping en China, Augusto Pinochet en Chile ha sido continuada por gobiernos social-demócratas y conservadores en décadas posteriores también ha promovido (explícita o implícitamente) una revolución cultural. Los pilares de esta segunda revolución (la cultural) han girado en torno a una idealización del mercado, la propiedad privada y la legitimación del lucro como elemento dominante de la conducta económica de las personas. Este nuevo contexto cultural y clima de las ideas ha buscado impulsar la creación de riqueza a través de un modelo de capitalismo más radical y menos restringido por valores de comunidad, solidaridad, altruismo, y otros. Esta versión radical de la economía de mercado se ha denominado también como neoliberalismo.[1] Los experimentos neoliberales en varios países han generado una prosperidad macroeconómica y en otros casos crisis financieras. No obstante, un elemento común de varios de estos experimentos ha sido la desigualdad de ingresos y riquezas, la concentración económica y el aumento de las presiones sobre el medio ambiente.[2]
Este ensayo analiza, en forma sucinta, dada la complejidad del tema, la relación entre cultura y economía, que subyace a estos patrones observados de desarrollo económico y social, según distintas escuelas de pensamiento. El artículo considera el tema del lucro y el individualismo como mecanismos de conducta humana. El artículo presenta, en forma breve, diversas visiones teóricas de la relación entre valores, cultura y economía en autores como Karl Marx, Max Weber, Karl Polanyi, Daniel Bell y Albert Hirschman, analizando el alcance y limitaciones de tratar de elevar la lógica económica del mercado y el lucro a eje dominante y rector de la sociedad sobre la lógica política y de cohesión y estabilización social. El artículo termina con una breve discusión del alcance de las políticas culturales en una economía en desarrollo como la chilena. Se postula que además del muy importante objetivo de fomento y promoción de la producción y consumo de bienes culturales es necesario promover, desde la política cultural, un conjunto de valores amplios (comunidad, solidaridad, altruismo, respeto a la diversidad) e instituciones orientadas a proteger la sociedad, la familia, las comunidades y el medio ambiente de la acción irrestricta de los mercados y el beneficio (lucro) material usado casi sin contrapesos como un acicate para guiar la conducta humana.

2. La cultura en la teoría económica neoclásica y la práctica neoliberal.

La teoría económica neoclásica que exalta las virtudes del mercado y el individualismo --- y que actualmente domina sin contrapesos la enseñanza de la economía en las universidades en muchas partes del mundo incluido por cierto Chile --- basa sus análisis en la hipótesis del comportamiento utilitarista o “racional” de las personas. La teoría neoclásica se basa en los trabajos de autores como Jevons, Bentham, Marshall, Pareto que suponen que las personas actúan de forma de llevar al máximo su nivel de utilidad, satisfacción y ganancias monetarias en el intercambio y la producción. En esta concepción la felicidad de las personas es medida por el nivel de ingreso o consumo material de estas. En la visión neoclásica de la economía la busca de las ganancias y el lucro entendida como una remuneración del capital y la toma de riesgos por los empresarios no merece objeciones morales y culturales y es visualizada como la principal motivación para lograr la creación de riquezas.[3] Es una visión reduccionista y que choca con el sentido común de la verdadera naturaleza humana. Esta es ciertamente mucho más compleja que un comportamiento puramente racional en un sentido restringido ya que combina motivaciones altruistas con aquellas egoístas; hay contrastes y la generosidad coincide con la codicia, las pasiones y ciertos grados de la irracionalidad.
Naturalmente la visión de individuos egoístas y concentrados en su interés material de la teoría neoclásica no sugiere una preocupación por el interés social y el bienestar colectivo. Para superar esta objeción, se ha convertido en el enfoque de libre mercado una suerte de “verdad revelada” un párrafo --de los muchos --escritos por Adam Smith, pensador escoses del siglo XVIII. Smith en su metáfora de la “mano invisible” planteaba que no hay contradicción entre la búsqueda del interés individual y el bienestar colectivo. Así la búsqueda del interés individual llevaría a un bienestar para la sociedad como un todo a través de la eficacia del mercado. En este contexto, el individualismo y la competencia son transformadas de valores controversiales en virtud social. Sin embargo Adam Smith era un autor más complejo que su popularización posterior sugiere —tal vez algo parecido sucedió con Karl Marx, cuyos popularizadores eliminan sus complejidades y matices. En efecto Smith era además un Profesor de Filosofía Moral de la Universidad de Glasgow en el siglo XVIII que escribía sobre temas éticos y morales y su influencia sobre el comportamiento humano.[4]
En cuanto a nuestra tema principal, en la teoría neoclásica también un rol asignado para los valores y la cultura: para que una sociedad basada en el intercambio funcione adecuadamente se necesita una ética de respeto de los contratos, de credibilidad y confianza por parte de los agentes del mercado. Este tema en la práctica se dificulta por la existencia de información asimétrica particularmente relevante en mercados complejos como los financieros en que se transan compromisos en el tiempo y en mercados como servicios educacionales y de salud entre otros.
La dominancia de las visiones económicas neoliberales, inspiradas en parte en la teoría neoclásica pero influidas por otras consideraciones también, en Chile a partir del régimen militar (consolidada en los posteriores gobiernos post-autoritarios), sirvió el propósito de intentar reorganizar la sociedad chilena en torno a los valores del individualismo, la competencia y el logro del bienestar material como ethos social dominante. Esta revolución cultural ciertamente representa una diferenciación con la tradición cultural chilena, influido tanto por la iglesia católica y otras denominaciones religiosas así como por distintas corrientes de pensamiento laico que históricamente fomentaban un comportamiento más orientado a la solidaridad social, la comunidad, el trabajo colectivo y la generosidad. [5]

3. Visiones alternativas

La economía y las ciencias sociales han formulado distintas teorías sobre el origen de los valores y la cultura y sus relaciones de causalidad con la estructura material provista por el sistema económico. Max Weber (1905 [2001]) destacaba la importancia de la religión -- en especial la ética protestante que premia el ahorro, el trabajo y la acumulación de riqueza --como un factor cultural clave en facilitar el desarrollo del capitalismo. En efecto, la transición de un sistema feudal y tradicionalista al capitalismo, necesitaba una nueva estructura de valores funcional a las necesidades de acumulación de capital, cambio tecnológico y movilidad social acelerada (ascendente y descendente) propia del capitalismo naciente, distinto al orden feudal basado en el origen divino de la autoridad y la tradición como regulador de las relaciones sociales. En Max Weber es claro que la causalidad iba desde los valores (afectados por las preferencias religiosas) al sistema económico. En contraste, Karl Marx (1848[1979]) había postulado una causalidad inversa (aunque estrictamente hablando Marx no hacia su análisis en términos de “causalidad”). En Marx es la estructura económica y las relaciones de producción la que influye decisivamente en las ideas, creencias y valores predominantes en la sociedad[6]. El deseo de la obtención de ganancias (lucro) juega un rol central en la acumulación y reproducción del capital. Así la circulación del capital se transforma en una fuerza modificadora (y destructora) de costumbres y valores tradicionales, relaciones sociales, familias, comunidades, entornos naturales y medio ambiente. Esta búsqueda casi desenfrenada de utilidades y ganancias también está detrás de las crisis económicas y financieras que ha caracterizado históricamente el sistema capitalista hasta el presente. Marx que también destacó la mercantilización del trabajo humano bajo el capitalismo—diferente al trabajo artesanal bajo formaciones económicas anteriores pre-capitalistas – enfatizó el tema de la alienación en la fábrica y el trabajo producto de las exigencias de la competencia y las relaciones humanas dominadas por el interés material.
Sin embargo, la popularización de Marx llevó a postular un determinismo casi mecánico entre base económica material y cultura. Esta relación fue reexaminada y reformulada críticamente por el pensador y dirigente político italiano de los años 1920s y 1930s Antonio Gramsci (fundador del ahora desaparecido partido comunista italiano) quien desarrolló el concepto de “hegemonía cultural”. El concepto de hegemonía cultural se refiere a que en una sociedad aparentemente libre y culturalmente diversa, las percepciones, ideas, valores y creencias de las clases sociales dominantes llegan a ser vistos como la norma, transformándose en los estándares de validez universal o de referencia –en otros términos se construye un “sentido común” en tal sociedad. Sin embargo, lo que es sancionado como creencias que aparentemente benefician a todos, en realidad benefician preferencialmente a un sector dado (clase o elite dominante).
Al contrario de lo prevaleciente en la tradición Marxista de la época, Gramsci atribuyó una gran autonomía a la esfera de las ideas y los valores para mantener la legitimidad de cualquier sistema económico-social, incluido por cierto el sistema capitalista. En efecto, según Gramsci, la importancia de las ideas puede ser mayor, incluso, a la de formas tradicionales de poder político basadas en la ley y la coerción física.
Existe una tradición en economía y ciencias sociales, además de en teología, que enfatiza los efectos negativos sobre la cohesión social de la preeminencia desregulada del mercado. En efecto autores como Karl Polanyi y Daniel Bell, [7] enfatizaron, desde perspectivas diferentes, que la estructura de ideas y creencias cumplen un rol fundamental al moderar y regular en el plano cultural y de los valores las tendencias negativas sobre la cohesión social, la familia, comunidad y el medio ambiente de sociedades excesivamente dominadas por el interés material y el fin de lucro.
Polanyi en su libro La Gran Transformación, -- publicado en 1944 al mismo tiempo que Camino de Servidumbre de Hayek,--- postulaba su tesis del “doble movimiento”: por un lado la extensión a través del estado de la lógica de mercado y el lucro a esferas a las que anteriormente este no llegaba (mercado de trabajo y de recursos naturales en su formulación original pero podríamos extenderlas actualmente a la educación , la salud, las pensiones )[8] y por otro un contra-movimiento (de reacción) representado por la acción de movimientos sociales de trabajadores, estudiantes, gremios , sectores ambientalistas que buscan proteger a la sociedad de las fuerzas desintegradoras del mercado desregulado. Estas formas sociales de resistencia social y cultural pueden ser diversas: critica intelectual, movilizaciones sociales, desarrollo de formas de organización productiva alternativas al lucro (cooperativas, empresas comunitarias) y otras. Históricamente, este contra-movimiento a la expansión incontrolada del mercado estuvo detrás de la aprobación de leyes laborales y sociales de protección social (salario mínimo, prohibición del trabajo infantil, pensiones, semana laboral regulada, etc.) y del desarrollo del estado de bienestar.
El tema de la relación entre cultura y mercado fue desarrollado por el autor norteamericano Daniel Bell en su clásico libro Las Contradicciones Culturales del Capitalismo. Bell identificó varias contradicciones del sistema: por una lado están las necesidades de cambio económico y tecnológico continuo del capitalismo, y la alteración que este cambio continuo introduce en las relaciones sociales y los requerimientos de estabilidad, predictibilidad y seguridad que buscan las personas y la sociedad. Una contradicción cultural del capitalismo identificada por Daniel Bell es entre mantener los valores de frugalidad, ahorro e inversión necesarios para que la economía crezca y las presiones que genera el capitalismo para crear una sociedad de consumo que absorba lo producido, invitando a las personas a endeudarse – es decir a des-ahorrar –para satisfacer necesidades de consumo y gratificación inmediata, alimentadas, en gran medida, por la publicidad de las empresas.
La relevancia de estas teorías o visiones para entender el Chile actual son evidentes. Por una lado es posible plantear que en desde la década de los 1970s y 1980s se intentó crear una sociedad de mercado en el sentido de Polanyi (los mercados se extienden a áreas y sectores mas allá de los tradicionales y la lógica económica domina sobre las lógicas políticas, culturales y sociales). Un ejemplo de esto es la incorporación, a gran escala, del mercado a aéreas como la educación, a la salud, las pensiones, la Televisión y otros medios de comunicación de masas, además de la precarización del mercado laboral. En línea con las teorías de Polanyi del contra-movimiento al mercado desregulado, es la emergencia en el Chile actual de un movimiento estudiantil y ciudadano crítico del lucro en la educación, que rechaza proyectos energéticos de gran escala en patrimonios ambientales como la Patagonia y en general fustigador de una excesiva mercantilización de las relaciones humanas y sociales.

4. Ciclos entre Acción Colectiva con Movimientos Sociales y Comportamiento Individualista y Conformismo.

Una distinción importante para nuestra discusión sobre valores y cultura es entre acción colectiva y movimientos sociales por una parte e individualismo y conformismo, por otra, como formas alternativas de motivación del comportamiento individual y social. En diversas partes del mundo, las décadas de 1960 y en parte la de 1970 fueron dominadas, en gran medida, por la acción colectiva: en 1968 se da el movimiento del Mayo francés, el “otoño caliente” Italiano, la primavera de Praga, el activismo estudiantil Mexicano (y su posterior represión previo a las olimpiadas). En la década de 1960 surge también el movimiento pacifista y hippie en Estados Unidos en torno a la guerra de Vietnam y la sociedad de consumo, se producen intentos de apertura política en países socialistas de Europa Oriental como la primavera de Praga y en América Latina se desarrollan movimientos sociales de reforma y cambio social a inicios de los 1970s (varios de relativamente corta vida como la Presidencia de Allende en Chile, Velasco Alvarado en Perú, Cámpora en Argentina, Juan José Torres en Bolivia y otros más allá del cono sur). Un elemento común a dichos movimientos sociales y políticos es la influencia mayor, respecto a décadas anteriores (los conformistas 1950s) de la motivación de acción colectiva y la busca de realización proyectos sociales más incluyente, igualitaria y pluralista. En contraste, está la “motivación de mercado”, con la búsqueda de la autorrealización en actividades privadas y de búsqueda de bienestar material a través del mercado. La década de los 90 calzaría en esta descripción. Naturalmente en cada periodo histórico ambas motivaciones (acción colectiva, mercado) se mezclan y superponen, pero una al menos tiende a ser más dominante.
Para entender mejor la naturaleza de estos ciclos de acción colectiva e individualismo y conformismo es útil referirse a un libro titulado Shifting Involvements. Private Interest and Public Action, ( Compromisos cambiantes. Interés privado y acción pública) escrito por Albert Hirschman a fines de la década de 1970 (y publicado en 1982). En dicho libro se buscaba entender por qué las personas, en ciertos periodos de sus vidas y de la historia de sus países, escogían dedicarse principalmente a actividades de políticas y de acción colectiva y en otros períodos se abocaban a actividades privadas, de mercado y de acumulación de riqueza (los que pueden lograrla). Es interesante constatar que el argumento de Hirschman es una variación sobre un tema que viene de Aristóteles, recogido por la filósofa Hannah Arendt en su libro La Condición Humana. En dicho libro Arendt elabora sobre la distinción entre “vida activa” y “vida contemplativa”. La vida activa podía incluir tanto una dedicación a asuntos públicos como al comercio y la industria. La vida contemplativa, a la que los griegos le otorgaban una valoración superior, era aquella dedicada al cultivo de la ciencia, el arte y el conocimiento. En Hirschman (1982) las personas pasan por ciclos de dedicación a la acción pública, seguidos por una dedicación dominante a la actividad privada y a las actividades enfocadas al mercado (el ciclo también puede ser en la dirección opuesta). Las motivaciones dominantes de la fase de acción colectiva son el “bien común” y los proyectos colectivos, según Hirschman.[9] Claramente esta fase implica un comportamiento que tiene un componente que va más allá del interés material y de lógica utilitaria y busca la trascendencia y la auto-realización vía una identificación con proyectos sociales colectivos, con valores como la solidaridad, responsabilidad social, aporte a la comunidad y a los otros.[10] [11] La segunda motivación en el ciclo de Hirschman es dedicarse a temas privados como la producción y acumulación de riqueza y el consumo. La teoría utilitarista y la economía neoclásica enfatizan esta motivación como el comportamiento dominante de las personas.
En una aplicación preliminar de este esquema para los ciclos de movimientos sociales y acción colectiva en Chile en las últimas décadas (con distintas motivaciones y agendas) pueden distinguirse los siguientes sub-periodos: 1967-73 (movimiento de reforma estudiantil, sindicalización, reforma agraria, socialismo) , 1983-1986 (protestas contra el régimen militar y demandas de democratización) , el 2006 (movimiento de secundarios, pingüinos) y el 2011(movimiento estudiantil y ambientalista, anti-lucro y cuestionador de la sociedad de mercado). Periodos de mayor individualismo y conformismo social (en diversos grados) se pueden observar en los periodos que median entre los ciclos identificados como de mayor activismo social y acción colectiva.

5. Reflexiones finales

Como sugiere este articulo, la relación entre cultura, economía y sociedad es compleja y cambiante en el tiempo. La teoría económica neoclásica asume que la cultura y las preferencias individuales son estables en el tiempo y que la motivación individualista de busca de satisfacción hedónica y ganancias monetarias domina el comportamiento del individuo. Los requisitos culturales para el funcionamiento del mercado serían, básicamente, una estructura de valores que apunten a honrar los contratos y a asegurar la credibilidad de las políticas públicas. Los enfoques neoliberales lo que ha hecho es llevar y extremar a nivel de proyecto económico y político la lógica del beneficio material y el mercado para la creación de riqueza, la prosperidad y el desarrollo.
Estas visiones, presentes y pasadas, han sido cuestionadas por autores de distintas corrientes de pensamiento. Marx reconoció el poder de creación de riquezas del capitalismo basado en la acumulación y expansión del capital y el cambio en las relaciones de producción pero enfatizó sus efectos destructivos de las formas tradicionales de organización social; enfatizando fenómenos como la alienación y la explotación social. Este autor también subrayó la importancia de la estructura económica en modelar la cultura y las ideas predominantes en la sociedad aunque identificó una interacción dialéctica compleja entre ambas dimensiones. Gramsci privilegió la autonomía de la cultura, las ideas y elaboró el concepto de hegemonía cultural de las clases dominantes como mecanismo de consolidación de su poder. Polanyi enfatizó el efecto destructivo sobre las comunidades, las familias y el medio ambiente de un mercado desregulado. Este autor relevó el caso en que la economía se “separa” de la sociedad cuando la lógica económica entra a dominar las lógicas políticas, sociales y culturales. Por su parte, el autor Daniel Bell hablaba de las “contradicciones culturales” del capitalismo. Este sistema, al crear un nivel de riqueza material capaz de sostener altos niveles de consumo, creaba simultáneamente una auto-complacencia en la población que desincentiva el ahorro, debilitando las bases financieras necesarias para tener un sistema capitalista productivo, vital y dinámico. Hirschman a su vez cuestiona la constancia de las preferencias individuales en el tiempo y destaca un sugerente ciclo entre acción colectiva y movimientos sociales activos seguidos por periodos de individualismo y conformismo social y viceversa.
Esta revisión de enfoques sugiere que una visión del desarrollo económico y social basada principalmente en la maximización del producto por habitante y en el logro del bienestar material y el motor del lucro como fuente dominante de la acumulación de riqueza es excesivamente reduccionista y no captura la complejidad cultural de las sociedades modernas. Estas insuficiencias conceptuales llevan a subestimar el tema de la desigualdad, la concentración económica y el deterioro del medio ambiente por el crecimiento rápido y no regulado. Además subestima la emergencia de movimientos sociales cuestionadores del libre mercado y de modelos de desarrollo poco incluyentes y desiguales.
El rol de las políticas culturales -- en su acepción amplia de cultivo y promoción de valores éticos además de la producción y consumo de bienes culturales, creativos y estéticos-- debiera ser la de promover una ética de comportamiento que vaya más allá de la obtención de ganancias individual y el consumismo. Una cultura de solidaridad, generosidad, acción comunitaria y austeridad puede ser un antídoto importante para el materialismo excesivo que rodea a una sociedad de mercado. De este modo, la política cultural puede jugar un rol importante en promover un equilibrio entre la lógica económica de mercado que es socialmente separadora aunque puede ser económicamente productiva y la lógica de protección de la familia, la comunidad, el medio ambiente que requiere la sociedad para su estabilidad y florecimiento. Asimismo el fomento de una cultura de ahorro y de emprendimiento son objetivos valiosos para impulsar el desarrollo económico pero debe ir acompañado también del fomento de la responsabilidad social y el respeto a la cohesión social y el medio ambiente. Las políticas de promoción de la cultura tienen una dimensión instrumental en el fomento de la producción de bienes culturales que contribuyen a generar valor agregado (cine, arte, industrias creativas de distinto tipo) acomodando la mayor demanda por bienes culturales (asistencia a galerías, museos, exhibiciones, libros) y la demanda por medios materiales para facilitar la expresión artística, literaria y estética de la población en especial en la niñez y la juventud. Estas demandas por bienes culturales y por mayores recursos para la promoción de la cultura son correlatos de la elevación del ingreso por habitante y de un mayor nivel de desarrollo económico. Una síntesis creativa entre cultura y desarrollo es necesaria para construir una sociedad democrática que sea económicamente dinámica, socialmente equitativa y sustentable ecológicamente.

Referencias

Bell, D. (1976), The Cultural Contradictions of Capitalism, Basic books: New York.
Harvey, D. (2005), A Brief History of Neoliberalism, Oxford University Press.
Hirschman A. (1982), Shifting Involvements. Private Interest and Public Action, Princeton University Press, Princeton, N.J.
Marx, K. and F. Engles (1848[1979]), The Communist Manifesto, Penguin books: London.
Peck, J. (2010) Construction of Neoliberal Reason, Oxford University Press.
Polanyi, K. (1944), The Great Transformation: Economic and Political Origins of our Time, Rinehart: New York.
Smith, A. (1759[2007]), The Theory of Moral Sentiments, Standard Publications, Incorporated O Book Jungle.
Solimano (2012, por aparecer) Chile and the Neoliberal Trap. Cambridge University Press.
Solimano, A., V. Tanzi y F. del Solar (2008) Las Termitas del Estado. Ensayos sobre Corrupción, Transparencia y Desarrollo Fondo de Cultura Económica – Centro Internacional de Globalización y Desarrollo, Santiago, Chile.
Weber, M. (1905[2001]).The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, Routledge: New York.




[1] Ver Harvey (2005) y Peck (2010).
[2] Muchos países viven una modernidad de contrastes: la población tiene acceso a un conjunto amplio de bienes de consumo durables y servicios (productos electrónicos, autos, viajes, ropa, conectividad a internet, uso de teléfonos celulares y otros muy superiores a otras épocas) pero al mismo tiempo se ha construido una sociedad de consumo basada, en gran medida, en el crédito y el endeudamiento de las personas y las familias. Con una distribución del ingreso concentrada y salarios al menos modestos, el consumo de las clases medias y los sectores populares tiende a descansar excesivamente en el endeudamiento. A su vez, se ha observado una excesiva segmentación en el acceso a la vivienda y de los servicios sociales como la salud, la educación según la capacidad económica de los usuarios y las ciudades se han poblado de barrios segregados, incomunicados y separados por niveles de renta de sus habitantes.
[3] La teoría utilitarista es más apropiada para explicar comportamientos de las personas en los mercados en que se realizan transacciones económicas que en esferas distintas al mercado como la familia, el estado y las organizaciones de la sociedad civil (sin fines de lucro) como clubes deportivos, fundaciones filantrópicas, centros de investigación, asociaciones gremiales y otras. En estas esferas de acción la búsqueda del interés material no es la consideración principal del actuar de las personas.
[4] Ver por ejemplo A. Smith (1759 [2007]). .
[5] Ver Solimano (2012, por aparecer).
[6] Este tema ha estado siempre presente en el pensamiento social de la iglesia católica y de los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI (este último incluso cita en su último libro, ver Benedictus XVI, 2007, el concepto de alienación de Marx). El Vaticano históricamente ha desconfiado de las consecuencias morales del capitalismo, además del comunismo, por sus efectos disruptivos sobre los valores al enaltecer la búsqueda de lucro, el individualismo y la auto-realización vía el consumo material.
[7] Ver Polanyi (1944 ), Bell (1976).
[8] Polanyi se refería a los mercados de trabajo y tierra como “mercados ficticios”.
[9] En el razonamiento anterior de cambios de motivación entre la actividad individual dedicada a la esfera privada y a la esfera pública, subyace el supuesto de que la estructura de valores y preferencias cambia en el tiempo. Lo anterior es en contraste con la teoría utilitarista que supone la estabilidad y exogeneidad de estas preferencias.
[10] Las distorsiones de una dedicación a “los otros” se muestra nítidamente en una reciente película titulada La vida de los otros que recrea la vida en Alemania Oriental en el periodo comunista en que la vigilancia y espionaje de la vida de los ciudadanos (los otros), para fines de control político, alcanzaba proporciones desmesuradas y ahogaban las posibilidades de realización individual y el ejercicio de la libertad.
[11] Una interpretación alternativa de la motivación humana para entrar en la acción colectiva, basada en la teoría económica de la política y de la corrupción asociada con el trabajo de Anne Krueger , James Buchanan, Gordon Tullock y otros atribuye la motivación de la acción pública como la búsqueda de poder político como una fuente de obtención de rentas, privilegios, además de prestigio (ver Solimano, Tanzi y del Solar, 2008).

1 comentario:

Naty dijo...

Estoy en algunas cosas de acuerdo y en otras no, hoy en dia vivimos en un mundo complicado donde la economia esta primero que todo. Te invito a pasarte por mi pagina de Tatuajes (www.estatuajes.com)! Muchisimas Gracias.